Celina Doris
2004-08-11 02:34:03 UTC
¿Es necesario destruir el país para poder reconstruirlo?
La Argentina se desintegra cada día un poco más y se desliza hacia la
decadencia y el caos total por una pendiente que no parece tener fin.
Lamentablemente, no parecemos ser capaces de mejorar las cosas sin antes
haber llegado a tocar el fondo.
Últimamente no hay reunión a la cual asista en la que la gente no se muestre
totalmente desconcertada sobre el futuro del país. Nadie logra encontrar una
solución a la persistente decadencia argentina. No porque no se sepa qué hay
que hacer para recuperar el país, sino porque no se sabe cómo lograr los
acuerdos básicos para que las políticas adecuadas puedan implementarse y
sostenerse en el largo plazo.
El problema es que la angustia de la gente no tiene que ver solamente con la
precariedad de la marcha de la economía. Me animaría a decir que, en el
campo económico, la mayor preocupación no reside en la posibilidad de que
tengamos una de las tradicionales estampidas cambiarias, financieras e
inflacionarias que hagan recapacitar al gobierno sobre lo que está haciendo.
La principal preocupación es que, dada la estrategia económica elegida, lo
que se visualiza es una larga decadencia. Es como si los argentinos
tuviésemos por delante una interminable agonía económica, donde cada uno
tendrá que acostumbrarse a vivir cada vez peor y sin un horizonte de
prosperidad a la vista. No solo para nosotros, sino también para nuestros
hijos.
Pero esta angustia económica se ve potenciada por un contexto de desorden
público y ausencia del Estado. Hoy, todos nos sentimos que estamos a las
buenas de Dios. Vemos como el Estado está ausente en la más elemental de sus
funciones, que es garantizar la vida, la libertad y la propiedad de las
personas. Los piqueteros extorsionan a las empresas con total impunidad y el
Estado está ausente. Los piqueteros controlan la calle y amenazan con palos,
cadenas y capuchas a la gente decente que pretende transitar libremente, y
el Estado también está ausente bajo el trillado argumento de no criminalizar
la protesta social, slogan que se ha impuesto para justificar la incapacidad
del gobierno de reestablecer el orden público. Y, lo más grave de todo,
vemos como bandas de delincuentes raptan a nuestro hijos en las narices de
un Estado que tampoco atina a proteger a las personas. Hemos llegado a un
punto donde ya no se trata de ver cómo hacemos para mantenernos
económicamente. Se trata de algo mucho más serio, que es que todos los
habitantes honestos están absolutamente indefensos frente a la banda de
delincuentes que domina el país. Unos extorsionando a las empresas bajo la
máscara de reclamos sociales y otros raptando a nuestros familiares. ¿Quién
se siente hoy medianamente seguro en la Argentina? La realidad es que nadie
está exento de que uno de sus familiares sea raptado a la luz del día.
También he notado el temor que tienen varias personas de hablar públicamente
ante el miedo a sufrir "represalias".
Además, he escuchado a mucha gente decir "alguien tiene que hacer algo" o
"tenemos que hacer algo". A la primera frase la pregunta es: ¿quién tiene
que hacer algo? Si el gobierno, que tiene el monopolio de la fuerza, no hace
nada, ¿qué tenemos que hacer? ¿Estar armados para defendernos y luego ir
presos porque el juez considera que no existe el derecho a la defensa
propia? La cruda realidad es que el Estado no nos protege de la violencia
pero tampoco nos permite protegernos. Resultado, estamos absolutamente
indefensos ante el crimen y los atropellos piqueteros.
"Tenemos que hacer algo". ¿Qué podemos hacer? Lo único que se me ocurre es
hacer lo que hacemos en Economía Para Todos. Levantar la voz y protestar por
la humillación que vivimos los argentinos. Reconozco que levantar nuestra
voz para reclamar orden público, seguridad y políticas económicas que nos
hagan prosperar ha dejado de ser un acto de audacia para transformarse en
algo temerario. ¿Por qué? Porque nosotros utilizamos la palabra para
defendernos, mientras enfrente tenemos a tipos organizados y financiados con
fondos públicos, es decir con los impuestos que pagamos, que utilizan (por
ahora) cadenas, palos y cascotes para imponer sus ideas, mientras el Estado
deja que nos intimiden porque políticamente le conviene.
No menos indigno es para los argentinos de bien ver cómo las autoridades
tienen comportamientos de adolescentes caprichosos que creen demostrar su
autoridad haciéndonos aparecer ante el mundo como maleducados y prepotentes.
Conversar con los que conducen programas de la cumbia villera pareciera ser
más importante que recibir a la CEO de una empresa que quiere invertir en el
país. Recibir en la casa de gobierno a quien hace pocos días copó una
comisaría es más útil que concederle una audiencia a otro funcionario de una
empresa multinacional.
Claro, se me dirá que la solución está en que en las próximas elecciones hay
que votar a otras personas para que reestablezcan el orden público. Es
posible que en la próxima elección el electorado le envíe una señal al
gobierno para que modifique sus políticas. Pero considerando el sistema de
democracia trucha que tenemos en Argentina y viendo la forma en que se
comporta buena parte del electorado, todo parece indicar que es necesario
que la Argentina caiga en la miseria y la anarquía más absolutas para que la
mayoría reaccione y la racionalidad pueda volver a imperar en el Estado. En
otras palabras, se supone que tenemos que esperar a que queden las cenizas
del país para ver si hay una reacción mayoritaria ante la impunidad y la
decadencia.
Pero mientras el país va desintegrándose, no me sorprendería si un día nos
levantamos con la noticia de que D'Elía es el nuevo el jefe del Ejército;
Castells, el jefe de la Policía; Pitrola, el comandante de la Gendarmería; y
Granma/12, el único medio de comunicación, al tiempo que se establece un
nuevo "orden democrático" con elecciones libres pero con partido único.
Es una lástima que tengamos que desperdiciar años de vida, trabajo y ahorro
para que quede en evidencia que el camino del populismo conduce a la
miseria.
Roberto Cachanosky
www.economiaparatodos.com.ar
La Argentina se desintegra cada día un poco más y se desliza hacia la
decadencia y el caos total por una pendiente que no parece tener fin.
Lamentablemente, no parecemos ser capaces de mejorar las cosas sin antes
haber llegado a tocar el fondo.
Últimamente no hay reunión a la cual asista en la que la gente no se muestre
totalmente desconcertada sobre el futuro del país. Nadie logra encontrar una
solución a la persistente decadencia argentina. No porque no se sepa qué hay
que hacer para recuperar el país, sino porque no se sabe cómo lograr los
acuerdos básicos para que las políticas adecuadas puedan implementarse y
sostenerse en el largo plazo.
El problema es que la angustia de la gente no tiene que ver solamente con la
precariedad de la marcha de la economía. Me animaría a decir que, en el
campo económico, la mayor preocupación no reside en la posibilidad de que
tengamos una de las tradicionales estampidas cambiarias, financieras e
inflacionarias que hagan recapacitar al gobierno sobre lo que está haciendo.
La principal preocupación es que, dada la estrategia económica elegida, lo
que se visualiza es una larga decadencia. Es como si los argentinos
tuviésemos por delante una interminable agonía económica, donde cada uno
tendrá que acostumbrarse a vivir cada vez peor y sin un horizonte de
prosperidad a la vista. No solo para nosotros, sino también para nuestros
hijos.
Pero esta angustia económica se ve potenciada por un contexto de desorden
público y ausencia del Estado. Hoy, todos nos sentimos que estamos a las
buenas de Dios. Vemos como el Estado está ausente en la más elemental de sus
funciones, que es garantizar la vida, la libertad y la propiedad de las
personas. Los piqueteros extorsionan a las empresas con total impunidad y el
Estado está ausente. Los piqueteros controlan la calle y amenazan con palos,
cadenas y capuchas a la gente decente que pretende transitar libremente, y
el Estado también está ausente bajo el trillado argumento de no criminalizar
la protesta social, slogan que se ha impuesto para justificar la incapacidad
del gobierno de reestablecer el orden público. Y, lo más grave de todo,
vemos como bandas de delincuentes raptan a nuestro hijos en las narices de
un Estado que tampoco atina a proteger a las personas. Hemos llegado a un
punto donde ya no se trata de ver cómo hacemos para mantenernos
económicamente. Se trata de algo mucho más serio, que es que todos los
habitantes honestos están absolutamente indefensos frente a la banda de
delincuentes que domina el país. Unos extorsionando a las empresas bajo la
máscara de reclamos sociales y otros raptando a nuestros familiares. ¿Quién
se siente hoy medianamente seguro en la Argentina? La realidad es que nadie
está exento de que uno de sus familiares sea raptado a la luz del día.
También he notado el temor que tienen varias personas de hablar públicamente
ante el miedo a sufrir "represalias".
Además, he escuchado a mucha gente decir "alguien tiene que hacer algo" o
"tenemos que hacer algo". A la primera frase la pregunta es: ¿quién tiene
que hacer algo? Si el gobierno, que tiene el monopolio de la fuerza, no hace
nada, ¿qué tenemos que hacer? ¿Estar armados para defendernos y luego ir
presos porque el juez considera que no existe el derecho a la defensa
propia? La cruda realidad es que el Estado no nos protege de la violencia
pero tampoco nos permite protegernos. Resultado, estamos absolutamente
indefensos ante el crimen y los atropellos piqueteros.
"Tenemos que hacer algo". ¿Qué podemos hacer? Lo único que se me ocurre es
hacer lo que hacemos en Economía Para Todos. Levantar la voz y protestar por
la humillación que vivimos los argentinos. Reconozco que levantar nuestra
voz para reclamar orden público, seguridad y políticas económicas que nos
hagan prosperar ha dejado de ser un acto de audacia para transformarse en
algo temerario. ¿Por qué? Porque nosotros utilizamos la palabra para
defendernos, mientras enfrente tenemos a tipos organizados y financiados con
fondos públicos, es decir con los impuestos que pagamos, que utilizan (por
ahora) cadenas, palos y cascotes para imponer sus ideas, mientras el Estado
deja que nos intimiden porque políticamente le conviene.
No menos indigno es para los argentinos de bien ver cómo las autoridades
tienen comportamientos de adolescentes caprichosos que creen demostrar su
autoridad haciéndonos aparecer ante el mundo como maleducados y prepotentes.
Conversar con los que conducen programas de la cumbia villera pareciera ser
más importante que recibir a la CEO de una empresa que quiere invertir en el
país. Recibir en la casa de gobierno a quien hace pocos días copó una
comisaría es más útil que concederle una audiencia a otro funcionario de una
empresa multinacional.
Claro, se me dirá que la solución está en que en las próximas elecciones hay
que votar a otras personas para que reestablezcan el orden público. Es
posible que en la próxima elección el electorado le envíe una señal al
gobierno para que modifique sus políticas. Pero considerando el sistema de
democracia trucha que tenemos en Argentina y viendo la forma en que se
comporta buena parte del electorado, todo parece indicar que es necesario
que la Argentina caiga en la miseria y la anarquía más absolutas para que la
mayoría reaccione y la racionalidad pueda volver a imperar en el Estado. En
otras palabras, se supone que tenemos que esperar a que queden las cenizas
del país para ver si hay una reacción mayoritaria ante la impunidad y la
decadencia.
Pero mientras el país va desintegrándose, no me sorprendería si un día nos
levantamos con la noticia de que D'Elía es el nuevo el jefe del Ejército;
Castells, el jefe de la Policía; Pitrola, el comandante de la Gendarmería; y
Granma/12, el único medio de comunicación, al tiempo que se establece un
nuevo "orden democrático" con elecciones libres pero con partido único.
Es una lástima que tengamos que desperdiciar años de vida, trabajo y ahorro
para que quede en evidencia que el camino del populismo conduce a la
miseria.
Roberto Cachanosky
www.economiaparatodos.com.ar