Carlos Domenech
2004-07-29 12:17:26 UTC
Argentina: ¿un problema de ideas o un problema de mafias?
Trazar un diagnóstico acertado es el primer paso para buscar el remedio
correcto. Frente a un paciente como nuestro país, aquejado por múltiples
síntomas y variados achaques, conviene atacar en todos los flancos.
Después de escuchar las acusaciones formuladas por Gustavo Béliz sobre el
comportamiento de la SIDE y del gobierno en general, volví a mi viejo dilema
de tratar de definir cuál es el problema de fondo que tiene Argentina,
porque dependiendo de las características del problema, las soluciones son
diferentes. ¿Cuál es mi viejo interrogante o el dilema que tengo? Tratar de
saber si Argentina está en permanente decadencia por causa de una cuestión
de mafias que luchan por el poder o si, en cambio, tenemos un problema de
ideas equivocadas que, sistemáticamente, la gente apoya con su voto.
¿Por qué pensar que podemos tener un problema de mafias? Porque los
comportamientos de una buena parte de la dirigencia política muestran que
son capaces de utilizar cualquier método para conservar el poder. ¡Cuántas
veces se ha hablado de las carpetas con que se tirarían unos contra otros
para demostrar la corrupción del adversario! Y, al igual que cuando existía
la Guerra Fría donde ninguna de las dos potencias nucleares se animaba a
apretar el botón porque saltaba todo al diablo, ahora tampoco se animan a
abrir las carpetas porque, aparentemente, todos perderían (obviamente, todos
son ellos, los políticos). Resultado: cada uno de los contendientes sigue
acumulando carpetas por las dudas, igual que Estados Unidos y la Unión
Soviética acumulaban bombas nucleares.
Otro ejemplo que podría darse respecto a comportamientos mafiosos fue la
caída de De la Rúa. Al margen de su incapacidad para liderar los cambios que
requería el país, lo cierto es que a fines de 2001 a la gente le agarró un
ataque de hambre y salió a saquear supermercados. A los 20 días, cuando ya
no estaba más De la Rúa en la Casa Rosada, la inflación se disparaba, el
salario real se destrozaba y la pobreza aumentaba en forma exponencial, pero
a la gente, repentinamente, se le pasó el ataque de hambre y dejó de saquear
los supermercados.
Los ejemplos sobre comportamientos mafiosos podrían seguir. Pero el punto
central es éste. Si tenemos un problema de mafias quiere decir que nos caben
dos posibilidades para salir de la decadencia: a) utilizar los mismos
métodos de la mafia para desplazarla, con lo cual uno también se vuelve
mafioso, o b) resignarse y, ante cada elección, optar entre Al Capone y
Frank Niti. Así, cada votación consistiría en elegir al mafioso más
eficiente, si es que existe tal categoría de mafioso. Espero que exista otro
camino alternativo a los dos que acabo de plantear.
Si no tenemos una cuestión de mafias y lo que debemos enfrentar es problema
de ideas, el asunto no es menos complicado, porque el trabajo para cambiar
la Argentina puede llegar a ser titánico. Lo que hay que lograr es que la
gente modifique su comportamiento electoral y vote, no al político que le
promete más dádivas, sino al que le promete crear las condiciones necesarias
para que cada uno pueda crecer en base a su esfuerzo personal, trabajo e
inteligencia.
Uno puede suponer que con el simple ejercicio de emitir el voto
regularmente, la gente va aprendiendo la lección y deja de votar a los
demagogos que prometen todo tipo de bendiciones sin ningún esfuerzo para la
población. Sin embargo, la realidad es que en cada votación uno no deja de
sorprenderse del comportamiento del electorado, ese mismo electorado que
luego termina despreciando a quien eligió en las urnas, para luego votar a
otro que es peor que el anterior.
Soy plenamente conciente de que lo que acabo de decir es políticamente
incorrecto. Es más, alguien podría argumentar lo siguiente: ¿quién se cree
que es Cachanosky para contradecir la voluntad de la mayoría?
Y aquí el punto es doble: a) la mayoría, por el sólo hecho de ser mayoría,
no necesariamente tiene la razón, y b) personalmente no tendría ningún
problema en que la gente elija a los peores, siempre y cuando no me
transfieran el costo de los desaguisados que cometen los peores cuando
llegan al poder. En otras palabras, si una mayoría circunstancial se deja
encandilar por el demagogo de turno, lo ideal sería que esa mayoría
circunstancial y sólo ella, tuviera que bancarse los disparates del demagogo
que obtuvo la mayor cantidad de votos. Pero, lamentablemente, con esta
democracia trucha que tenemos, el costo nos los tenemos que bancar todos.
Así que, si el problema es de ideas, no queda otro camino que seguir
machacando sobre los perjuicios del populismo hasta que, posiblemente algún
día, la mayoría de los votantes cambie su forma de votar o el desastre que
hagan los populistas sea tan grande, que la gente modifique su
comportamiento por la realidad de los hechos. En este sentido tengo que
confesar que, por el momento, tengo mis reservas sobre esta posibilidad, al
menos en lo inmediato. ¿Por qué? Porque si la mayoría aprendiera viendo la
realidad, Kirchner nunca podría haber llegado a ser presidente, siendo que
contaba con el apoyo de Duhalde, quien no dejó desastre por hacer en su
breve paso por la presidencia.
El gran desbalance entre los populistas y los que creemos en un Estado
sujeto a la ley es que los populistas prometen subsidios, proteccionismo y
dádivas de todo tipo. Los que creemos en los beneficios de un gobierno
sujeto a la ley lo que le podemos ofrecer a la gente son reglas de juego
claras y estables para que puedan desarrollarse en libertad. La verdad es
que lo nuestro es intangible y difícil de vender. Lo de los populistas es
fácil de vender y bastante tangible. Posiblemente, en el próximo descalabro
en que derive el populismo actual, la gente recapacite y escuche a quienes
sólo ofrecen como política de gobierno ni más ni menos que reglas claras
para que cada uno pueda prosperar trabajando. Un gobierno previsible. Que no
expolie a los contribuyentes. Un país en el que cada padre no tenga terror
de que su hijo sea secuestrado por un grupo de facinerosos o atacado por una
banda de delincuentes. Un país donde, como antes, se pueda caminar
tranquilamente por la calle disfrutando de la ciudad. En definitiva, un país
donde se pueda vivir, trabajar y prosperar en paz.
Es por esta última razón que Economía para Todos sigue saliendo. Porque
creemos que el debate por las ideas no está perdido y que la Argentina puede
ser un país para ser disfrutado por sus habitantes.
Mientras tanto, como no tengo respuesta al interrogante con que comencé esta
nota, me limito a pensar que la Argentina tiene un doble problema: un
problema de mafias y un problema de ideas.
La tarea que nos queda por delante, entonces, es buscar el camino para
solucionar ambas cuestiones. © www.economiaparatodos.com.ar
Trazar un diagnóstico acertado es el primer paso para buscar el remedio
correcto. Frente a un paciente como nuestro país, aquejado por múltiples
síntomas y variados achaques, conviene atacar en todos los flancos.
Después de escuchar las acusaciones formuladas por Gustavo Béliz sobre el
comportamiento de la SIDE y del gobierno en general, volví a mi viejo dilema
de tratar de definir cuál es el problema de fondo que tiene Argentina,
porque dependiendo de las características del problema, las soluciones son
diferentes. ¿Cuál es mi viejo interrogante o el dilema que tengo? Tratar de
saber si Argentina está en permanente decadencia por causa de una cuestión
de mafias que luchan por el poder o si, en cambio, tenemos un problema de
ideas equivocadas que, sistemáticamente, la gente apoya con su voto.
¿Por qué pensar que podemos tener un problema de mafias? Porque los
comportamientos de una buena parte de la dirigencia política muestran que
son capaces de utilizar cualquier método para conservar el poder. ¡Cuántas
veces se ha hablado de las carpetas con que se tirarían unos contra otros
para demostrar la corrupción del adversario! Y, al igual que cuando existía
la Guerra Fría donde ninguna de las dos potencias nucleares se animaba a
apretar el botón porque saltaba todo al diablo, ahora tampoco se animan a
abrir las carpetas porque, aparentemente, todos perderían (obviamente, todos
son ellos, los políticos). Resultado: cada uno de los contendientes sigue
acumulando carpetas por las dudas, igual que Estados Unidos y la Unión
Soviética acumulaban bombas nucleares.
Otro ejemplo que podría darse respecto a comportamientos mafiosos fue la
caída de De la Rúa. Al margen de su incapacidad para liderar los cambios que
requería el país, lo cierto es que a fines de 2001 a la gente le agarró un
ataque de hambre y salió a saquear supermercados. A los 20 días, cuando ya
no estaba más De la Rúa en la Casa Rosada, la inflación se disparaba, el
salario real se destrozaba y la pobreza aumentaba en forma exponencial, pero
a la gente, repentinamente, se le pasó el ataque de hambre y dejó de saquear
los supermercados.
Los ejemplos sobre comportamientos mafiosos podrían seguir. Pero el punto
central es éste. Si tenemos un problema de mafias quiere decir que nos caben
dos posibilidades para salir de la decadencia: a) utilizar los mismos
métodos de la mafia para desplazarla, con lo cual uno también se vuelve
mafioso, o b) resignarse y, ante cada elección, optar entre Al Capone y
Frank Niti. Así, cada votación consistiría en elegir al mafioso más
eficiente, si es que existe tal categoría de mafioso. Espero que exista otro
camino alternativo a los dos que acabo de plantear.
Si no tenemos una cuestión de mafias y lo que debemos enfrentar es problema
de ideas, el asunto no es menos complicado, porque el trabajo para cambiar
la Argentina puede llegar a ser titánico. Lo que hay que lograr es que la
gente modifique su comportamiento electoral y vote, no al político que le
promete más dádivas, sino al que le promete crear las condiciones necesarias
para que cada uno pueda crecer en base a su esfuerzo personal, trabajo e
inteligencia.
Uno puede suponer que con el simple ejercicio de emitir el voto
regularmente, la gente va aprendiendo la lección y deja de votar a los
demagogos que prometen todo tipo de bendiciones sin ningún esfuerzo para la
población. Sin embargo, la realidad es que en cada votación uno no deja de
sorprenderse del comportamiento del electorado, ese mismo electorado que
luego termina despreciando a quien eligió en las urnas, para luego votar a
otro que es peor que el anterior.
Soy plenamente conciente de que lo que acabo de decir es políticamente
incorrecto. Es más, alguien podría argumentar lo siguiente: ¿quién se cree
que es Cachanosky para contradecir la voluntad de la mayoría?
Y aquí el punto es doble: a) la mayoría, por el sólo hecho de ser mayoría,
no necesariamente tiene la razón, y b) personalmente no tendría ningún
problema en que la gente elija a los peores, siempre y cuando no me
transfieran el costo de los desaguisados que cometen los peores cuando
llegan al poder. En otras palabras, si una mayoría circunstancial se deja
encandilar por el demagogo de turno, lo ideal sería que esa mayoría
circunstancial y sólo ella, tuviera que bancarse los disparates del demagogo
que obtuvo la mayor cantidad de votos. Pero, lamentablemente, con esta
democracia trucha que tenemos, el costo nos los tenemos que bancar todos.
Así que, si el problema es de ideas, no queda otro camino que seguir
machacando sobre los perjuicios del populismo hasta que, posiblemente algún
día, la mayoría de los votantes cambie su forma de votar o el desastre que
hagan los populistas sea tan grande, que la gente modifique su
comportamiento por la realidad de los hechos. En este sentido tengo que
confesar que, por el momento, tengo mis reservas sobre esta posibilidad, al
menos en lo inmediato. ¿Por qué? Porque si la mayoría aprendiera viendo la
realidad, Kirchner nunca podría haber llegado a ser presidente, siendo que
contaba con el apoyo de Duhalde, quien no dejó desastre por hacer en su
breve paso por la presidencia.
El gran desbalance entre los populistas y los que creemos en un Estado
sujeto a la ley es que los populistas prometen subsidios, proteccionismo y
dádivas de todo tipo. Los que creemos en los beneficios de un gobierno
sujeto a la ley lo que le podemos ofrecer a la gente son reglas de juego
claras y estables para que puedan desarrollarse en libertad. La verdad es
que lo nuestro es intangible y difícil de vender. Lo de los populistas es
fácil de vender y bastante tangible. Posiblemente, en el próximo descalabro
en que derive el populismo actual, la gente recapacite y escuche a quienes
sólo ofrecen como política de gobierno ni más ni menos que reglas claras
para que cada uno pueda prosperar trabajando. Un gobierno previsible. Que no
expolie a los contribuyentes. Un país en el que cada padre no tenga terror
de que su hijo sea secuestrado por un grupo de facinerosos o atacado por una
banda de delincuentes. Un país donde, como antes, se pueda caminar
tranquilamente por la calle disfrutando de la ciudad. En definitiva, un país
donde se pueda vivir, trabajar y prosperar en paz.
Es por esta última razón que Economía para Todos sigue saliendo. Porque
creemos que el debate por las ideas no está perdido y que la Argentina puede
ser un país para ser disfrutado por sus habitantes.
Mientras tanto, como no tengo respuesta al interrogante con que comencé esta
nota, me limito a pensar que la Argentina tiene un doble problema: un
problema de mafias y un problema de ideas.
La tarea que nos queda por delante, entonces, es buscar el camino para
solucionar ambas cuestiones. © www.economiaparatodos.com.ar